Masferrer, Aniceto (ed.). Para una nueva cultura política
Corren malos tiempos para la Política, entendida ésta como el arte del buen gobierno. Platón, en su diálogo Político, hace una apología del verdadero gobernante, artífice de una sociedad humana y el mejor oficiante del Estado. Es el «arte real» del que pastorea, vela y cuida el rebaño humano, caracterizado por ese «justo medio» que en el pensamiento platónico se identifica con templanza y moderación, unidas a la valentía y sensatez que debe adornar al buen político. Por consiguiente, la figura de éste es equiparada a la del artesano que introduce orden en el desorden. De ahí la íntima y profunda vinculación existente entre ética y política: el gobierno debe fundarse en la ética y en la razón. Desgraciadamente, hoy en día esa capacidad se ha convertido para una gran mayoría de la ciudadanía, frustrada y desengañada, en sinónima de mentira, hipocresía y corrupción. Se piensa que el político nunca dice lo que cree cierto, sino lo que juzga eficaz. Y además, es capaz de sostener a la vez, en un breve lapso de tiempo, una cosa y su contraria. Desacreditados y menospreciados, los políticos son percibidos como embaucadores, versados en el engaño («sofistas», diríamos en términos platónicos).
Recordemos el conocido escolio del literato y filósofo colombiano Gómez Dávila: «mientras más graves sean los problemas, mayor es el número de ineptos que la democracia llama a resolverlos».